«La vida sin el cambio deja de cobrar sentido, igual que un teatro siempre con el mismo público»
Capítulo 2. Poneros en situación. Te acercas al Gran Teatro de tu ciudad a ver la obra como cada noche, con los mismos actores, el mismo escenario, la misma luz y giras tu cabeza hacia derecha e izquierda y observas qué son las mismas personas de ayer y de hace… no sabes ni cuánto tiempo. Incluso te encuentras incómoda en la sala, deseas irte, pero tu consciencia (o tu inconsciencia) parecen no dejarte huir.
En ese preciso instante, prometes no volver a ir al día siguiente porque encuentras repetitiva esta secuencia. No sabes cómo ni porqué, pero hoy vuelves a estar en ese dichoso teatro. ¡Qué disparate! Ni tú misma eres capaz de comprender porque tu mente y tu cuerpo vuelven a caer en las redes de algo que ni te conmueve, ni te apasiona… pero por norma, sigues haciendo. Quiero dejarlo y es que no puedo.
No recuerdo exactamente cuándo, ni cómo fue. Pero, lo dejé ir. Cambié, sí, cambié. Tampoco sé el porqué. O en realidad sí lo sé.
El ser humano necesita del cambio, es, además quién mejor se adapta a él. ¿Por qué ignorarlo? ¿Por qué no cambiar si algo no va bien en nuestras vidas? ¿Por «el qué dirán»? ¿Por miedo?